NOsocomefobia parte 2: Accidentar...me

lunes, 31 de diciembre de 2012

Escrito el 10/08. Lo tenía guardado porque no tuve el valor de terminar de escribirlo.


A los dos meses y dos días, con un diagnóstico y rehabilitación satisfactorias, una actitud positiva y el alma en un mínimo tolerable de paz, procedo al fin a relatar el peor medio día de mi vida. La tarde del 8 de junio, día en el que me hice lugar en la reducida estadística de estudiantes de grabado que se accidentan con una prensa de impresión en Costa Rica, conformada por mi persona... y creo que nadie más.

Cuando estaba en la escuela tuve un momento que creo que todos tenemos en algún momento. Leer el nombre de uno en una póliza de seguros que cubre por muerte o invalidéz debido a un accidente es bastante surreal. En ese momento de mi niñez pensé con cierto recelo que yo nunca la iba a necesitar. Siempre he sido una persona bastante pendeja, nunca tomo riesgos físicos. Nunca corría rápido por miedo a caerme, nunca me paraba de manos por miedo a partirme en diez y he temido usar máquinas por miedo... a que me pasara lo que me pasó.

Mañana. Lo de siempre, ser la primera en llegar al taller, dar vueltas. Olor a tinta, a solventes, a grabado. Era mi hoyito de cangrejo, en el taller imprimía, hablaba, cantaba, almorzaba. Sola, acompañada, lo que fuera. Pero ahí vivía. Clases de teoría, historia del grabado medieval, creo. Talvez ese día le dije a la profe que debíamos gestionar una exposición anual de los estudiantes de grabado. Porque bueno, yo tenía mis creencias y mi lucha.

Mediodía. Almorzar ahí mismo, comidita vegetariana preparada por mí. Otra convicción que tenía en esos días. Hablar tonteras, postergar la breteada de la tarde. Ojalá la hubiera postergado más tiempo. Vivir de ojalás.

Tarde. Tarea. Imprimir la enorme placa de My Funny Valentine. 14"x14" -es grande para un intaglio y una grabadora principiante-. Entintado de negro y naranja a la poupée. Fabriano rosaespino de unos 16"x15" humedeciéndose en las bandejas. Puede que una hora limpiando y volviendo a entintar. ¿Cuál prensa uso? Bah, démosle con la eléctrica.

La peor decisión de mi vida.

No sé, no pregunten. Un sonido espantoso de huesos crujiendo y una máquina trabada. Tratar de devolverla y avanzarla más, sacarla finalmente. Ver el resultado. Gritos de pánico. Una escena que no me deja dormir hace dos meses.

-Lo perdí, ¿no ven que lo perdí?
-Ahora hay cirujanos muy buenos, se lo van a reconstruir, tranquila.

Gente corriendo, llorando. Buscando un inexistente botiquín, una aún más imposible bolsa de hielo, una silla de ruedas que por ley tiene que existir. Pero, por Dios, estamos en artes plásticas, capital del nihilismo en la Universidad de Costa Rica. Llega al fin el paramédico. Salgo caminando de mi paraíso con la mano hecha pedazos -no es una metáfora- entre una bolsa de gel frío y una tablilla hecha con dos pedazos de cartón. Para no volver.

Mi primer viaje en ambulancia. Mal parqueada, porque los artistas no se accidentan, obvio. Intentar poner morfina en mis furtivas venas que ante cualquier pendejada se esconden, en ese momento se habían ido del todo. Empezaba a llegar el dolor a sus niveles máximos, todo mi cuerpo comenzaba a reducirse a un grito desde mi mano y un frío indescriptible. La Daniela que era hasta ese momento se declaraba muerta en la escena del crimen. 

-¿Nombre de la paciente?
-Daniela María Murillo Castro
-¿Causa de ingreso?
-Trauma por aplastamiento de dedo índice, medio y pulgar.

Entrar por la puerta de ambulancias al Calderón Guardia. La Daniela que nacía ese día ya no podía ser nosocomefóbica. Bajarme de la camilla por mis medios y quedarme sola, llorando como una loca en una silla de ruedas. Llorar porque no llega mi mamá. Llorar más porque pasan con café y pan para todos menos para mí -no me morí entera, mi humor freudiano seguía intacto-. Y parar de llorar porque el emergenciólogo me regaña. Después de tres dolorosos intentos, vía con tramal y dexa. Ma llega, yo me desarmo. Orden de Rayos X.

"Es que no sé ni por donde van a empezar a arreglar esto..."

Esperar, esperar. Pasar a evaluar la primera fractura de mi vida.

-No me quite esto, tengo el dedo despedazado.
-No se la voy a quitar, ¿puede poner la mano de lado un poco?
-No, tengo el dedo despedazado.

Mi mamá dice que cuando le entregaron la radiografía no la vio por miedo. Cuando llegamos a ortopedia me gorrié a todos y pasé de primerísima. El residente levantó la placa y yo no la quise ver, hasta que mi mamá dijo "¡están enteros Dani, están los cinco deditos!". Creo que cuando lo confirmé dejé de llorar. O lloré de emoción, no sé. 

Desde ese momento en adelante, todo fue un ride. La importancia de que los doctores sean unos idiotas -en el mejor sentido de la expresión- es que, sumados a la Tramal, hacen que todo sea menos pior. La primera operación de mi vida. Cirugía "menor". Calculo que dos horas y media juntándome el relleno.

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31/12

Después de ese fatídico día, todo mi año giró alrededor del dolor. Todavía me acuerdo el día que me evaluaron para la operación. Tenía un hematoma en toda la palma que me llegaba hasta casi la mitad del brazo. Tenía macerada la piel del anular. El índice tenía una necrosis casi de toda la parte interna, la cual me tuvieron que quitar. Me operaron de nuevo 20 días después. Pasé como dos meses bajo los efectos de sedantes fuertes. No podía dormir, no quería comer. Sonreía para no preocupar a los demás. Después vinieron otros cuatro meses en terapia física, donde no lloré nunca porque llorar en público me da vergüenza. El 8 de diciembre se cumplieron 6 meses, fecha después de la cual no se puede cambiar mucho el curso de las cosas.

Si bien me he ido adaptando a vivir así, quedé con una lesión permanente. Me da pena salir sin guantes porque no me gusta la apariencia de mi mano, ni que la gente me pregunte.

Quedé con una lesión permanente, recordatorio de algo que todavía estoy tratando de descifrar. 


 
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