Objetividad canyengue #2

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Así como tengo un talento especial por empezar cosas increíbles, casi mágicas, también tengo la maña de demolerlas en segundos. Como por ejemplo, mi vida entera.

En algún momento no me creí lo suficientemente talentosa para sobresalir en mi carrera. En diseño gráfico siempre me fue bien, pero más por baja exigencia que por talento puro. De repente, caí en el área en la que debía estar, el grabado. No era perfecta, nunca fui un as imprimiendo y manchaba la mitad de mi ropa y mi cuerpo porque soy un poco desordenada. Pero era buena, muy buena. Tenía ganas de luchar, de difundir el grabado nacional, de hacer crecer a todos. Era el alma del taller, conmigo todo era inevitablemente festivo. Y no lo digo por egocentrismo porque a mí misma me cuesta valorarme, son cosas que me han hecho saber los demás.

También pensé que el baile me había agarrado tarde. Si bien para el Tango nunca es tarde, desgraciadamente en muchas partes -y más aquí en Costa Rica- se cree que para tener autoridad en este mundillo hay que ser buena en Tango Escenario, lo que implica ser casi tan perfecta como una bailarina de ballet. Probé en cuanto ritmo se me atravesó para complementarme y resultó que no era tan mala. Llegué a formar una compañía, a tener el respeto de alumnos y compañeros. 

Nunca creí que fuera lo suficientemente bonita para que alguien se pudiera fijar en mí. Siempre fui la más piorcita del grupo, no sé si por mala suerte o mala pinta. Resulta que los años Tango y cambiarme el color de la cabeza me dieron unos pesillos de confianza y resulté suficiente para recibir un poquito de atención.

No voy a decir que antes todo era glorioso. Sino que tenía algo. Era alguien. Entonces, llega el 2012 y lo pierdo todo.

Me sacan de mi propia compañía no sin antes decirme que no tengo talento, sino la lástima de quienes me dieron oportunidades. Después de prestarme atención, cuanta persona que se acerca cree que no vale la pena descubrir otra cosa más allá del primer contacto y me vuelvo una colección de historias terminadas en puntos suspensivos. Cometo una estupidez garrafal -que todavía estoy tratando de perdonarme- con la consecuencia de dos operaciones, meses de terapias dolorosas e incertidumbre. 

Entonces empiezo a construir una nueva vida, sin todas las cosas que antes se suponía que tenía. Establezco nuevas reglas, nuevas aspiraciones, renuevo mis energías y poco a poco, me perdono la autodestrucción. Pese a perder todo esto y mucho más, siempre pensé que todo estaría mejor. Aunque tenga que aguantar dolores físicos y emocionales que casi nadie ha tenido la desdicha de vivir, si hay una cosa que no he perdido nunca, es la cualidad de que a mi alrededor todo sea una fiesta. 

Pero la destrucción es cíclica. ¿Qué sentido tiene construir la paz si a las horas cualquier cosa la destruye? Porque nunca es suficiente. Porque a los buenos siempre nos va mal, y lo más grave de todo es que nunca nos cambiaremos de bando porque la maldad simplemente no se nos da. 

Ya no sé que sentido tenía todo esto, la cosa es que la vida no tiene un maldito sentido más que ponerle el pecho a las balas.


 
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