Ya lo conocía. Me lo habían ofrecido en una de esas ocasiones en que piensan que el primer muchacho colorido o estrafalario sería héroe al estilo del tin pan alley -bueno, eso último lo pienso yo-. Pese a que supuestamente seríamos la-pareja-perfecta-tan-coloridos-diseñadores-escritores, yo me deshice de la idea pues ese tipo de ofrecimientos siempre eran promesas huecas, casi rayando con citas a ciegas, amigos por internet e intentos desesperados por sacarme de la soltería, cosas que nunca me han hecho mucha gracia. Además, Monsieur Susodiche consiguió amor al poco tiempo.
-Por cierto, no entiendo porqué siempre que quiero hablar de este tipo de encuentros se reproduce "Mon piano rouge" de Patricia Kaas.-
Por alguna extraña razón estaba en la parada de mi casa. O al menos eso creo. Son esos segundos en el que dos personas que creen que se conocen se quedan mirando, pero yo o avanzaba o me mataba el bus de La Europa -personaje recurrente, como el piano rojo-.
Qué importa todo. Qué importa él, o el muchacho cirquero del Morazán del que ninguno de nosotros se pudo olvidar, o los demás postulantes a héroes estilo tin pan alley que ronden por las calles de San José. Qué importa nada, si a mí lo único que me importa es el arte, el swing y el tap. Y vivo feliz.
Y al final, todo lo ocurrido en esos momentos de cielo naranja con polka dots verdes terminará con cambiarme de acera, levantarme del piso o entrar a mi casa. No hay sol en un nublado día londinense y no hay quien guarde el último baile para mí. Sin embargo, existe la fe de que algún día será así. La vie en rose.
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