Setiembre es un mes extraño. Recuerdo que lo he odiado profundamente, o lo he disfrutado a más no poder. En Setiembre he conocido el mundo y me he enamorado, así como he tenido que despedirme más veces que de costumbre.
Este Setiembre se ha llevado el país entero a la porra. Me duele ver tanta gente sorprendida en medio de la noche, ayer tenían casas y hoy no tienen nada. Me duele, me siento inútil al no poder hacer nada al respecto.
Siendo un poco -muy- egoista, a mí Setiembre también me sorprendió. Cada quien con su tanguedia. En Setiembre mis castillos se cayeron a pedazos. Me di cuenta que no podía seguir queriendo a alguien que hormonalmente nunca le movería un pelo. Pero ya lo superé y gané una amistad como pocas. Pero el castillo más grande que tenía hasta ahora se derrumbó y no quedó material de nada para levantarlo otra vez. Era una historia demasiado buena para ser cierta.
Una y otra vez lo voy a repetir, yo nunca me imaginé bailando. Y menos ballet. Pero de repente, por esas casualidades del destino, alguien creyó en mí y creó en mí una obsesión. Estaba bailando más de 12 horas a la semana en clases que me encantaban, superándome a mi misma y esforzándome por mi propia vida para mejorar cada vez más. Pero lo más importante, estaba sintiendo. Emocionándome de manera tal que la música y el movimiento causaban en mí tanta conmoción que dejé escapar más de una lágrima en silencio. Estaba bailando, eso era lo único que importaba en mi mundo.
Todo giraba alrededor de ese lugar. Ahí estaban mis amigos, la gente con la que me identifico más en este momento. Era mi escape del mundo. Por más que llovieran problemas y entrara chorreando dudas y resentimientos, bastaban 5 minutos en la barra para que todo desapareciera. Me atreví a soñar ser algún día un cisne, una Willi, o alguna muchacha llamada Raymonda o Giselle. Eran sueños locos, casi estúpidos, pero cada vez que intentaba inútilmente subirme a las puntas estaba ahí, soñando.
Pero eso desapareció. Esa persona que creyó en mí se fue. Y no culpo a nadie. En este momento odio a la vida, que decidió llevarme ahí e ilusionarme tanto para después dejarme caer contra la realidad diciéndome "los cuentos de hadas no existen y vos no vivís en uno". Era demasiado bueno para ser cierto.
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