"Pero quiso una noche comprobar para que sirve un corazón, y prendió un cigarrillo y otro más, como toda esperanza se esfumó..."
Más guapa que cualquiera - Joaquín Sabina y Fito Paez ♥
Más guapa que cualquiera - Joaquín Sabina y Fito Paez ♥
Siempre se sentaba en la barra del bar a la una. Era como si sonara un reloj que la impulsara a hacerse lugar entre besos y soledades para prender un cigarrillo de chocomenta. Miraba el humo dar vueltas mientras en su cabeza la conciencia le cantaba con la voz de Libertad, o de vez en cuando con la de Lavié, todo dependía del contexto. Ella, que se consideraba una mujer que odia las rutinas, cumplía -una noche de sábado más- el ritual que la empujaba a ser monótona por disfrute.
Ella sabía que era una técnica en verdad barata. Dejar a sus amigas irse para buscar la soledad de la barra era un remedio un tanto irónico para no sentirse tan sola. Pero se jugaba el chance y fumaba como nunca lo hacía (porque nunca lo hacía). A veces no lograba que ninguna palabra ni mucho menos llegara a ella y a veces tenía que irse antes de lo esperado luego de tomarse de un sorbo el favor de un invitado incómodo del otro lado de la barra y arrugar ocho números dentro de una servilleta.
Aquella noche lo había logrado -si se pudiera llamar un logro-. Un hombre que intentaba buscar sus ojos entre el humo había resuelto enviarle una bien lograda Margarita a la señorita. Como se veía que la cosa podía ir muy bien, tras una sonrisa de aprobación, él se acercó y prendió un cigarro para acompañarla. Tras una banal charla, la señorita y el señorito cambiaron los cigarros por algo más íntimo.
El hombre parecía estar en pleno éxtasis cuando ella desapareció. No era como las otras, que ponían la excusa del baño o del reloj. Ella desapareció. Luego de preguntarle al bartender, asustado y "sin entender un carajo" se fue prometiendo que jamás en su vida volvería a tomar tantas Margaritas en una noche. Todo sin darse cuenta de que la señorita ahí seguía.
El ritual se había acabado más rápido que nunca. Eso nunca le pasaba, su espíritu hedonista no le permitía a las pasadas victimas aparecerse en ese momento. Sin embargo, mientras el otro disfrutaba, ella sentía como un fuego en las manos que la desaparecía. Lo sintió también entre la oreja y el ojo, y poco a poco él volvió como vuelven siempre Libertad o Lavié. Volvieron las manos, los brazos, y más fuertemente la conversación que tuvieron. Pese a la noche y el día y esas cosas insignificantes, en un espacio tan corto él la había logrado ver como lo que en realidad ella era (y quería). Sin embargo también se fue y fue, como todos, una de esas cosas que ocurren. Y aunque la dejó embarrada de sombras, tras otro cigarro y poemas en un servilletero, olvidó lo ocurrido.
Luego de darle muerte a la cajetilla de cigarros, ella también se fue.
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